
No se puede negar que desde los principios de la historia de la humanidad, el pensamiento ocupa un lugar preponderante en el diario vivir del hombre, es parte de su esencia como tal.
El mismo pensamiento es el origen de toda obra realizada por el hombre; es conceptualizado y clasificado en diferentes formas: inductivo, interrogativo, deductivo, creativo, analítico, critico etc. Y es estudiado desde diferentes miradas, métodos y puntos de vista por diferentes ciencias como ser por ejemplo, la Filosofía, la Lógica, la Psicología o La Psiquiatría.
El pensamiento no deja de ser propio e innato de cada ser humano. Pero en las últimas décadas el pensamiento, que es generador de ideas que motorizan obra o procesos concretos, se ve afectado por un fenómeno llamado globalización. Este proceso abarca inicialmente cambios de tipo económicos con unificación de criterios y procedimientos a nivel local, que luego fueron creciendo regionalmente hasta alcanzar el nivel mundial y también impactó a la tecnología, la política, la cultura y la sociedad. Es un proceso que va borrando fronteras en diferentes ámbitos y áreas, y unificando los estándares sociales, políticos y culturales. Con grandes beneficios que pueden alcanzar a todos o no.
Todo lo antes mencionado propiciado también por un avance arrollador de la tecnología y la comunicación, muchas veces difícil de asimilar o controlar.
Y en esa Unificación cultural muchas veces como como seres o personas individuales nos encontraremos inmersos en la disyuntiva de aceptar o asimilar pensamientos e ideas ajenos a nuestra concepción del bien y del mal, o de nuestra concepción de moralidad, de conveniencia o no conveniencia. Es en este punto donde cabe razonar o entender que sin duda podemos recurrir a la inspiración de un pensamiento superior plasmado en escritura (la Biblia) para servir de guía y orientación al hombre que muchas veces es desbordado por pensamientos y pareceres globalizados que no comparte o acepta.
En el 1er. Libro de Corintios, Capitulo 10, verso 23. El apóstol Pablo con inspiración divina dice:
“Todo me es lícito, más no
todo conviene; todo me es
lícito, más no todo edifica”
En nosotros está, el guardar como un tesoro, nuestra capacidad y libertad de pensamiento edificador de buenas ideas y obras.-