UN SALARIO Y UN AMOR: LA INFORMALIDAD LABORAL Y EL TRABAJO DOMÉSTICO REFLEJAN LA FEMINIZACIÓN DE LA POBREZA EN ARGENTINA

Especialista en Estudios Culturales)
La semana pasada se conoció que la última medición de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) realizada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), correspondiente al cuarto trimestre del 2.024 mide una nueva variable: la informalidad laboral. En Argentina equivale al 42 por ciento. “La informalidad refiere al conjunto de personas ocupadas, ya sean independientes o en relación de dependencia que desarrolla sus actividades al margen de las normas que las regulan”, explica el resumen ejecutivo del organismo.
Desde que Javier Milei asumió a la presidencia la evolución de la tasa del mercado laboral informal oscila entre el 40 y casi el 43 por ciento. Entre el sector público y privado la informalidad laboral está por encima del 40 por ciento, y en el sector hogar que incluye entre otros, al doméstico la cifra asciende al 77 por ciento.
Históricamente el empleo doméstico fue realizado por mujeres. Las tareas del hogar y las del cuidado, a los propios y ajenos, estuvieron y sigue estando en grandísima medida en manos de las mujeres. La naturalización de los roles, obligaciones y campos laborales tiene raíces sexistas y misóginas. Los privilegios sexo genéricos, de raza y etnia y de clase son muestras de desigualdades y violencias. No son nuevas, ni de la época, son estructurales y hoy cuentan con la anuencia y el fogoneo del Gobierno nacional. Desde el 10 de diciembre del 2.023 el negacionismo gobierna los privilegios, aniquila los derechos y las conquistas y persigue a todo oponente. Los llama enemigos y los denigra: “parásitos, cáncer, mandriles…”. Los calificativos van desde lo obsceno a lo vinculante con la muerte o la eliminación.
Mientras Milei entrega la soberanía nacional a la misma casta política y empresarial que ocupaba cargos y negociados en los 90 con los Menem y en los albores del milenio con la Alianza, la feminización de la pobreza sigue en alza, se profundiza. No hay mujer que no tenga mayor carga laboral en relación a las masculinidades, afuera y adentro de la casa. Afuera porque hay estándares estéticos y éticos a los que debe responder si pretende sostener su puesto; y adentro porque la escoba, el lavarropas, los platos, las tareas de la escuela y los medicamentos todavía son potestad estereotipada de la representación femenina.
El mismo 77 por ciento que trabaja de manera informal en el sector doméstico vuelve a su casa y sigue fregando, cocinando y atendiendo toda necesidad humana que camine. Bajo la promesa y la premisa del amor la brecha es cada vez más grande. Se acrecienta el cansancio y las dolencias. La fatiga no resulta posible. Siempre hay que ser efectiva y afectiva, lo exhorta el capitalismo y el patriarcado. Ambos sistemas, aglutinadores y organizadores de la vida humana exigen producción, acumulación y reproducción; pues los engranajes del capital no pueden detenerse. Los derechos y las garantías de las condiciones laborales no tienen lugar ni en la letra chica del contrato social de estos tiempos.
Ese 77 por ciento trabaja en la informalidad por un salario “acordado”/apretado por las condiciones del patrón: “Día no trabajado, día no pagado”, “te enfermas y me devuelves el día o te descuento”, “te pondría en ‘blanco’ pero vas a perder el plan”. Muchas veces quienes despotrican contra las prestaciones y asistencias sociales suelen valerse de éstas para justificar su doble vara y moral.
La tierra, debajo de la alfombra
La explotación sobre el cuerpo de las mujeres tiene similitudes con la práctica extractivista. De los cuerpos se extraen todos los recursos posibles y se los pone en riesgo hasta extenuarlos. El deseo y la decisión quedan relegados a terceros, a agentes invisibles e insensibles bajo el nombre de Mercado y Estado –no benefactor, ausente y lapidario-.
La familia es otra construcción, al igual que el estado, el mercado, las identidades, las escuelas, los clubes, las amistades, los partidos políticos, los movimientos sociales y los amores. No obstante, desde las células religiosas hasta las doctrinas económicas más ortodoxas y monetaristas sostienen que la familia es una institución que debe ser concebida desde el orden de lo natural e individual y privado. La filósofa ítalo estadounidense, Silvia Federici, entiende que “glorificar la familia como ‘ámbito privado’ es la esencia de la ideología capitalista”. Familia –nuclear y héteronormada- y trabajo doméstico son las ruedas que mueven el carro de la acumulación, asegurando la producción y la reproducción.
Desde los 70 se vienen gestando luchas por el reconocimiento del salario doméstico y Federici es una de las mentoras de la campaña del “Salario por el Trabajo Doméstico” junto al movimiento feminista de finales del siglo XX en occidente. Esta lucha tensiona la naturalización de las tareas del hogar y del cuidado como “destino biológico, condición necesaria e institucionalización de nuestro trabajo”, expresa en el Salario del Patriarcado. Críticas feministas al marxismo. Y remata que la autonomía económica se logra con salario, no con amor, como gesto retributivo.
Cuestionar el tiempo de ocio y trabajo –remunerado y no remunerado- nutre a la condición humana de instancias de decisión material y simbólica, de herramientas críticas y creativas para resistir desde donde se pueda, o se quiera, en el mejor de los casos y circunstancias. Las memorias de las abuelas, madres, hermanas y compañeras han enseñado que la cosecha siempre debe multiplicarse. Verónica Gago, politóloga feminista argentina, afirma que “la potencia feminista” trae consigo “el deseo de cambiarlo todo” poniendo el cuerpo “en singular y en colectivo”. De otra manera no es posible entender la historia, como no es posible entender la trascendencia y la finitud de los cuerpos.
El salario es una cuestión de Estado
El salario, la fábrica, la familia, la casa como toda categoría y construcción requieren revisión y situacionalidad. Éstas no pueden cuestionarse con las mismas preguntas que se hacía en los 70 el neoliberalismo, ni tampoco con las de los intelectuales y las familias nucleares y obreras del capitalismo fordista, ni siquiera con los mismos interrogantes y lentes con las que miraba la academia y las masas al capitalismo contemporáneo, también llamado flexible, allá por los 90 y la promesa de la globalización y la integración. Hoy las derechas arremeten contra todo, con otras lógicas de especulación y explotación, sin escalas ni matices. Y siempre valiéndose del Estado.
“Nunca hubo ni habrá capitalismo sin Estado. De modo literal no habrá ‘anarcocapitalismo’. Lo que hacen los neoliberales cuando gobiernan un Estado es impulsar la total libertad para el gran capital”, explica el doctor en antropología, Alejandro Grimson en Desquiciados. Los vertiginosos cambios que impulsa la extrema derecha. Javier Milei gobierna desde el odio, la distorsión y el desconocimiento. Niega el derecho al salario a las mujeres que dedican su vida a las tareas del hogar y al cuidado de la familia. A toda luz no concibe su labor como trabajo, ni trabajadora a quien lo realiza. Federici entiende que el salario no remite solo a una cierta cantidad de dinero, sino a una forma de organizar la sociedad y de establecer jerarquías”. En sintonía con el discurso misógino del Presidente las mujeres, estas mujeres, serían calificadas como “casta” y no como “gente de bien”.
En 2005, siguiendo las bases de Eva Duarte y la doctrina de la Justicia Social, el por entonces presidente, Néstor Kirchner, mediante el decreto 1454 consignó: “La regularización voluntaria de deudas previsionales para autónomos, más conocido como la moratoria previsional”, recuerda en Página 12, Rita Colli. En este contexto, más de dos millones de mujeres accedieron a la llamada jubilación de amas de casa. Quién no conoce a una, dos, diez o más mujeres que por primera vez hayan accedido a un salario legal y legítimo. La democracia había saldado parte de la lucha organizada de mujeres, nucleadas en el Sindicato Argentino de Amas de Casa (SACRA). La historia de esta conquista es otra huella de la potencia que encarna todo proyecto de mujeres con perspectiva feminista y situada, diría Gago.
Según el INDEC sobre 20,3 millones de la Población Económicamente Activa (PEA), 19 millones está empleada bajo las categorías: Ocupado demandante de empleo con 3,4 millones y Subocupados con 2,3 millones. Es decir, casi 6 millones de personas necesitan de un segundo empleo para suplir las necesidades básicas. Más allá de si los números son bajos o altos en relación a lo esperado por el Gobierno nacional, lo cierto es que en tiempos de recortes y desfinanciamiento, de negacionismo, atropello e intento o amenaza de exterminio es necesario revisar lo que se supo conquistar y los pasos que no se pueden retroceder. La clase política y dirigencial tiene la obligación de reinventarse y proyectar un mapa con todos adentro, sin nadie en los márgenes, ni afuera de la dignidad humana.
